XLVI. Estación

I don't have much to say.

That's at least what I've been showing these last months. I'm not comfortable with that.
I happened to encounter this charachter by coincidence at my workplace. He was just there for a few days, but I got to talk to him. He was a plastic artist. I told him that I've always been interested in art in general, including plastic. He asked me if I had this need for creating visual items. I said that I didn't, but that I felt the necesity for writing. These meetings are not casual at all, if you ask me. Or at least I didn't want this to be one.

I've been drinking a lot lately. Not huge amounts, but repeatedly. On my own, with friends, with not-so-friends. When inspiration comes, it is better to be sober. If not, attention goes everywhere and when I find somewhere to start writing or typing is too late. Usually I get inspired at night. Also usually I get drunk at night.


No termino de decidir si el hecho de que las últimas dos personas que supieron establecer un vínculo amoroso o pseudoamoroso conmigo hayan perdido a sus padres en el transcurso es anecdótico o decididamente trágico. Abracé y sequé las lágrimas de ambas, lágrimas derramadas con la muerte del hombre que embarazó a sus respectivas madres. Ambos con muerte anunciada, probablemente diálisis y centenas de medicamentos.

La muerte se dió al final con la primera y al principio con la última. Sigo considerando que de la útima soy una de las pocas personas que tiene en la ciudad, y así lo pensé a la hora de ofrecer mi compañía ante la noticia tras sólo una cita previa. Cita exitosa si consideramos como tal aquella en la que ambos se besan y lo hacen hasta recostados en una cama.

Lo tragicómico es que éste segundo encuentro además de suplir un velorio al que no asistió por encontrarse a cinco horas y demasiado reservada para mostrarse ante mucha gente débil, significó un primer encuentro sexual. Morbo aparte, hay quienes dicen que cuando uno se encuentra próximo al hecho mortal busca alejarse del mismo con una simulación del opuesto a la muerte: la concepción. O, si oponemos muerte a amor; el cariño.

Estimo yo que del cariño todavía nos encontrábamos lejos. No sólo se encontró en proceso de alejarse de su padre definitivamente esa semana sino que también tomó una decisión casi igual de ultimatúmica con el ex novio a quien aún veía. Si bien unos días antes, dos hombres se iban de su vida casi en simultáneo. Al tanto de ello, y entendiendo tanto las citas como la tensión sexual previa como un juego, me sorprendió que en un tercer o cuarto encuentro se plantee la exclusividad de nuestros cuerpos. Para serte sincero, lector, no veía entonces -y no ví hasta hace relativamente poco- mayor futuro en nuestra relación. Lo entendía como un juego y lo jugué como juego todos los juegos: haciendo trampa.

Si la única regla era la de exclusividad, la única regla que me descubrí rompiendo fue esa. Un poco por el envión que traía de coquetear con muchas, otro poco por morbo. Los engaños no fueron sólo de acceso carnal. Oculté reuniones que mantuve con personas que supieron tener un peso amoroso importante en mi vida. Oculté besos. Ocultar significó elidir revelar. Obviar.
El tiempo transcurría y mi actitud no variaba. El aspecto que no interfirió en mis asuntos fue el sentimental. Jamás permití que mis andanzas tuvieran carga emocional. Eran travesuras que quemé en carnaval. En medida que mi amor por la muchacha crecía también comenzó a crecer la culpa. Una en julio, otra en agosto. Otra en septiembre, la de julio en octubre. Ninguna en noviembre, otra en diciembre.

Con el año nuevo llegan esas autodeterminaciones tan idea del establishment como la cuestión anual. Pero ahí estaba yo, deseando despegarme de las trampas. Algo se despertó en mí, tal vez ver ese futuro, proyectarme sinceramente con ella. Luchando con el mencionado envión y la pulsión inexorable del coqueteo logré desprenderme de la suciedad que aportaba al vínculo.
Cabe mencionar que hubieron interines en los que ella supo oler con extrema precisión mis palabras calladas y así determinar que nada más quería saber conmigo. Ante la falta de pruebas y mi dialéctica (discurso que actuaba como levadura en mi remordimiento), ningún interín tuvo duración mayor a dos semanas. En esas dos semanas, de todos modos, actuaba más libremente que lo que acostumbraba.

Una vez libre de mis costumbres insalubres, mi amor pudo crecer sin torniquetes. Bajando la guardia comenzaron a flaquear mis frentes y toda la basura acumulada pasó a revelarse paulatinamente. Pisaba el palito. Tejía mis propias trampas. Lo hecho hecho estaba, y para qué revelar todo eso si no haría más que herirla.

En las relaciones humanas la honestidad es nucléica. Sin ella sólo hay sospechas, recelos y rencores. Las heridas estaban abiertas y dejé de aplicar sedantes. La sometí a tanto dolor que hoy me mira con angustia en los ojos. Un cielo transparente que brilla detrás del sol serena y furiosamente.

Merezco que no me dirija esa mirada. Pero en definitiva de la basura que hubo sólo mostré una alícuota. La parte más egoísta de mí sueña con ella. La más empática se alegra de que se haya alejado. La más honesta sabe que sólo descansará cuando ella todo lo sepa. Y una parte en extremo risueña cree que conociendo la verdad y viendo la evolución podría llegar a aceptar el todo de mi ser.

Un ser que ama, que es amigo de personas con las que supo ser más que amigos, que cíclicamente es viento en popa y tormenta centrífuga. Un ser que no sabe dónde está parado ni por qué pero tiene claro que es injusto.