XXXIII. Zumbido y Felipe

Cómo me iba a importar la mosca. Que se posara en mi hombro, en mi pie, en mi nariz, en mi mano. Qué tan inconsciente podías ser de su insignificancia. Que se pose en mi desnuda pantorrilla. Creo que después de avisarme de la mosca te fuiste. Creo que llevaba sin parpadear minutos. Rompí en llanto. Silencioso y escueto pero intenso. 
Ahora sí me molestaba la mosca. Tanto como para querer matarla con un sillazo estando posada en el florero. Con un cacerolazo estando ella en el olivo bonsai. Siempre vaticinaste el desamor. Quería ser yo supongo quien lo sintiera primero. Pero al no tenerte me era imposible dejar de intentarte. Los dos cafés que puse a hacer tenían gusto domingo a la siesta. Mi nena de Charly resonaba burlona en mi cabeza. Volví a perder la mirada. El sol bajó y los naranjas se volvieron azules. Las luces de la calle se encendieron y Felipe despertó de su siesta. Por lo menos estaba Feli ahí, ronroneándome, muy consciente de que yo necesitaba más un abrazo que otra cosa. Me dormí para despertarme tres horas más tarde en el mismo sillón, gracias al hambre del gato. Por suerte se servía solo, pero no sin hacer ruido. Muy incómodo en la soledad de un miércoles a las once y treinta y cinco, boca seca y lagañas. Una ducha y a la cama. Felipe miraba a Santa Fe por la ventana... ¿pensará también en lo jodido que es el capitalismo?
"Vas a tener que reordenarte, chabón" me dije. Qué distintos éramos. Sabía yo que me deparaban meses de andar descreído, insaciable, con esos requisitos ampliados a tus despeinadas cejas, sabía que vos también no soltabas sin antes agarrarte, por lo que debías haber cenado con un nuevo desafortunado.
"La prefiero así", le hablé al animal. Instantáneamente torció una oreja hacia mi cama. La mirada fija en dirección a La Setúbal. "me queda el gustito a amor y no sufro ninguna de sus venganzas" seguí "porque sé que habría venganza si la desamaba antes". Felipe giró su cabeza y la volvió a la ventana.