XXXV. Oriente usurpador

Ahí estás, obnubilado, la jeta a medio abrir, a medio scrum, los ojos achinados que cerrados desaparecen. Los fácil treinta grados de la una de la mañana; aún así tapado, vestido y dormido. Estás agotado, física y mentalmente; venís de días de extremo ejercicio obligado, forzado, necesario. Te ondula la cortina sobre la frente, te suenan lejanas las teclas. Desconocés el chirrido de seis grillos, el zumbido soporoso del ventilador, algún que otro motor lejano. Adentro, más adentro que esos cerámicos adozados al piso, más adentro que la caja de ladrillos en la que estás, adentroer que el revestimiento, que la pintura, que la madera, que los hilos... Adentro estás lejos. Apagado o trippeando, sumergido en una realidad profunda e insensata, hablada en tres idiomas de los cuales dos no entendés.
Escenas en vaivén, con fondos incoherentes, traslados increíbles y pasajes inverosímiles. Se te inunda el cráneo, te rebalsan los huecos que tiene. Agua violácea con sábalos, se irgue y florece en los jacarandás, ciruelos y seibos. Nadadores eléctricos son frutos húmedos y nublados. Ahora ves tres velas que forman triángulos, crecen hasta devorar tus diccionarios con sus llamas geométricas, équices, corazoidales. Miau! Guau! Risas diabólicas de rostros desconocidos que aún no lográs relacionar con nombres. Bang! Una alarma, más voces, aturdido.
Un templo. Te olvidaste de todo y te despertaste con la imagen de un templo. Buenos días.