XIII. Pasaje

Personaje entra al avión, recibido por el comisario de a bordo, con bolso de mano tipo morral y campera en mano. Toma su pasaporte y boleto con la boca para colocar el morral en el compartimiento superior a su asiento doble sin acompañante, donde se deja caer. Suspira esbozando una sonrisa, y comienza a observar a su alrededor. No está completa la plaza de la nave; ni mucho menos. De las sesenta personas que cabrían en ese sector del avión, había unas veinticinco. A su altura, del lado opuesto, una madre reniega al acomodar a sus dos pequeños hijos, la niña toma su muñeca de trapo y mira desconcertada a su alrededor. El niño se rehúsa a colocarse el cinturón pero sin mucho esfuerzo la madre logra ajustárselo. Ubica a la pequeña en un asiento a su lado y se dispone a sentarse en el suyo cuando una azafata se acerca a ofrecerle ayuda. Nuestro personaje mira hacia otro lado y ve un par de hombres de unos cincuenta a sesenta años muy metidos en una aparentemente interesante charla, apoyados en sus asientos separados por el pasillo central. Uno de los dos continúa hablando mientras hace una seña de aviso con la cabeza y se sienta, como invitando al par a seguirlo en el movimiento. Cuando este se dispone a hacer lo propio, nuestro personaje mira hacia la otra esquina del avión y observa a dos azafatas cotorreando mientras preparan un posible tentempié. El personaje se re acomoda en su asiento mirando hacia adelante y se sumerge en un repentino y profundo sueño.
Al despertar, su sueño se entrevera con la repetitiva pregunta de la azafata con respecto a la bebida que desea el personaje, a lo que responde señalando -entre sobresalto, despeine, lagañas y sabor amargo en la boca- hacia una lata de bebida lima que quién sabe porqué elige. Dentro de la lata, miles de burbujas conscientes de su destino esperan expectantes su transformación, una vez más serían libres gracias a un agradable bebedor. O, como les había ocurrido en otras ocasiones una fuerte caída, el mordisco de un perro o incluso el simple desecho y compactación de la lata. No es que no nos guste a nosotras estar encerradas, no, no. Sólo nos emociona encontrarnos con nuevos paisajes cada vez que vemos la luz. Sucede que dentro de la lata todo es oscuro y frío, exceptuando esos días en los que desearíamos no existir por la presión que el calor ejerce sobre nosotras. En nuestra jerga, nos llamamos aperturas o soportes, ya que quien bebe solo les gusta sentirnos desvaneciéndonos en su boca, o cantando ese bello "pss" que nos caracteriza. Sentimos un sacudón de tantos, y no le dimos realmente tanta importancia. Solemos pasar meses encerradas, sería anormal que después de una semana nadando en lima-limón ya veamos a nuestro dueño y espectador, junto con su siempre interesante entorno. Parece ser que tuvimos suerte, la presión estando frías que genera el metal al plegarse se siente, mas todo el ruido que hizo esta mano al agarrarnos. Sola. La lata estaba sola, a punto de abrirse. Sola y con su dueño. Mucha excitación se siente alrededor. Algunas temblamos; otras saltamos. ¡Es hora! ¡Griten! Salimos volando yendo a parar a la corbata de un ser humano que no estuvo muy feliz al vernos. Cuanto más vueltas damos, más nos agitamos y excitamos para el momento de salir. Supongo que ha de entender eso, señor. Si, por algo chista tan fuerte de forma aislada. El apacible viaje que llevaba se vio interrumpido por una muy agitada lata. Supongo que una Sprite no mancha, pero secarme no está de más. Igual hubiese preferido que viniese la chica del 27B a secarme, no por despreciar la belleza de Julieta -la azafata que ahora sostiene la toallita azul-, pero la chica del 27B me miró y no miró a la vez cuando entré al vehículo, y eso me dejó pensando; me dejó con ganas de intercambiar por lo menos unas palabras del vuelo, o el clima. Gracias, Julieta, está bien así. No quité la mirada del respaldar del 27B. Algo me decía que iba a tomar un tiempo prudente antes de voltear a mirar qué había pasado. Ella sabía que era yo el que había chistado, el que se había estúpidamente volcado una lata de Sprite en la camisa. No había mucha gente en el avión. Espere más de lo que recuerdo haber esperado, y disimuladamente la morocha se dio vuelta. No esperaba verme tan rápido, y supongo que por eso disimulo parándose para ir al baño. Yo tenía uno atrás, -y le quedaba más cerca- pero ella fue al siguiente. Tras mirarle el culo desapareciendo detrás de la puerta, giré sobre mi mismo y me dormí como Pancho por su casa.
Un ejército de cocodrilos se enfilaba a mis órdenes y erguía, con sombreros militares y mostrando los dientes. Yo estaba en un pedestal y delante de mí, la cara de un amigo de la infancia que me decía cosas como "frijoles pecosos, bombines y tarot". La luz se comía la cara y volvía a una fiesta en la que la morocha del 27 me estaba hablando, pero era rubia y su nariz extrañamente magnífica. Salíamos a uno de esos barrios neoyorquinos que se ven en las películas, con pinta de recién llovido. Le daba un beso en la bajadita de la casa donde era la fiesta, pero después no sabía a donde ir. El sol aparecía y seguíamos dando vueltas, pero el calor en mi cara hizo que todo se vaya como vino.
Terminé de despertarme y noté que había amanecido, cerré la ventanilla y vi que quedaban sólo dos horas de vuelo. Tenía dos horas para buscar una excusa para hablarle. Me paré y estiré un poco, cuatro horas sentado no le hacen muy bien a nadie. Cuando me volví a sentar sonó el indicador de cinturón y me lo abroché nuevamente, íbamos a tener un poco de turbulencia. Las posibilidades de hablar con la chica que en mi sueño se llamaba Santina y era rubia se achicaban.
El personaje quedó sentado, mirando a la nada cuando el avión sufrió un par de sacudones. Nada grave. Pasados unos veinte minutos se paró para ir al baño. Había una persona dentro y otra esperando. Sonrió al que esperaba y recibió otra sonrisa a cambio. Pasaban los segundos como nubes a ambos lados y fue el turno de el hombre que esperaba para entrar al baño. Del mismo salió una mujer de pelo corto y ropa cómoda, con aspecto de simpática pero firme. Al compartimiento entro un hombre panzón de jean con pulover bordó. El personaje se entretuvo leyendo las instrucciones de la puerta de emergencia.