Uno tiende a decir que un personaje estaba caminando, estaba parado o estaba sentado. En este caso, Julián estaba arrodillado y reclinado sobre sí hacia adelante, casi rozando con su mentón el suelo y buscando una rodaja de pan que, muy pilla, se había dejado caer antes de ser decorada con dulce de leche. Fue rodando desde el borde de la mesa hasta debajo del sillón; simpática pero fastidiosamente. Al verla caer, Julián dejó la cuchara con la que estaba por untarla en la mesa, sin notar el enchastre que causaba ni lo meloso del asunto. Describió una voltereta saltando de la silla para atraparla, ilusamente, en el vuelo. Ni el frasco que rezaba 'San Ignacio' ni la tabla de madera en la que fraccionaba la hogaza sufrieron por el sismo que causó la canilla de Julián al dar contra la (¿tercera?) pata de la mesa; pero al parecer el gato se espantó por el ruido (hasta entonces dormía plácidamente arriba del televisor) y enganchó al huir la espantosa carpetilla que la abuela -que en paz descanse- de Julián había tejido al crochet. El resultado fue que en un par de segundos ocurra algo extraño y lamentable. Para Julián, que sabemos estaba arrodillado buscando la rebanada de pan, estos segundos fueron eternos y dolorosos. Sintió el rozar de las uñas del gato en la carpeta, oyó el plástico del televisor crujiendo y casi sin tiempo para girar su cabeza (sintiendo rozar los cabellos cortos -pero no tanto- en su nuca) la imagen del televisor murió junto con el sonido, ambos periodistas desaparecieron y Julián llegó a ver su reflejo en el cristal que protegía el tubo.
Dio de lleno en su cabeza, obligándolo a cerrar sus ojos y causándole un dolor que jamás había experimentado. El vidrio partido cortó su piel en la espalda, los hombros, la coronilla y la nuca. El peso del televisor hizo que azote su nariz contra el piso, añadiendo sangre a la imagen. Pero obviando morbosos detalles como la salpicadura en la silla cercana y el sillón, me concentro en contarles la forma en que las lágrimas caían de la cara del muchacho. Eran silenciosas y lastimeras, contorneaban sus pómulos y mejillas y lentamente dejaron de ser emanadas al perder nuestro personaje la consciencia. Sentía en simultáneo un sabor similar al de la manteca en su boca, mezclado con sangre que salía de su lengua. Se la había cortado cuando el mentón chocó contra el cerámico, y su mandíbula se había partido doblándose hacia la izquierda, pero el hueso se quebró de ambos lados.
Estaba entonces Julián con el televisor como cráneo, sin idea alguna cruzando por su cerebro, dormido profundamente y perdiendo sangre de manera poco alarmante. Tenía puesto ese jueves un pantalón de buzo deportivo gris y una remera mangas cortas verde de la misma marca.