Amanece. El escritor olvidó que escribía; y que leía. Baja de el colectivo con la mente absolutamente en blanco y camina las cuadras que desaprovechó del recorrido. Estaba tan solo entre el todo que ni siquiera le molestó. Se sentía entre perdido y ubicado. Los espacios que lo rodeaban, los cuadros, las escenas... Le eran familiares. Los conocía muy bien, pero no estaba en sí. Fue por veinticuatro horas. El escritor estuvo inmerso en un limbo entre la vida y la muerte.
Tan normal como anormal, el personaje del que les cuento vivía un día sin muy remarcables diferencias de los demás. Pero valieron como para escribirlo, o bien las ganas de escribir hicieron que vea más de lo que había para ver.