V. Puntadas

Éste punto siempre existió, y nunca va a dejar de existir. El punto estuvo solo. Un día se aburrió. El punto se aburrió. Entonces quiso. Quiso imaginar, e imaginó. Comenzó a trazar puntos por toda su mente, puntos de muchos colores. Sin darse cuenta, el punto, en su mente, se creó un cuerpo y un entorno. Pudo haber sido de infinitas formas, pero tomó la forma que actualmente tiene. Entonces se aburrió de pensar en primer plano, y se imaginó un subconsciente. El punto quiso, y así obtuvo el libre albedrío para zonas de su mente. Dejó de controlar su entorno, para ver qué pasaba. Si quería ver, necesitaba vista. Y abrió los ojos. Se encontró con luces uniformes, de muchos tonos. Las luces lo vistieron, y comenzaron a hacer música. Quiso escucharla, y la escuchó. Poco a poco esas luces tomaron masa, y formaron cosas. Las cosas le gustaron al punto, por lo que quiso tocarlas. Las tocó, y sintió el aroma de las flores. Las luces primarias eran cuatro: azul, verde, rojo y blanco.
La luz roja se alojó en el fuego, el calor y la luz. La verde se fue a la tierra y a todo lo que de ella salía. La azul compuso el agua, la brisa y una cápsula para limitar el alcance del punto. En cuanto a la blanca, estuvo presente en todo lo vivo.
Fue después de eso cuando el punto quiso usar el fuego, quemándose, al igual que cuando se mojó con el agua y se sintió solo al apagar luces blancas de otros seres. Pero más le molesto estar encerrado. Antes el punto no conocía al espacio, y quiso volver a aburrirse. Pero el subconsciente no lo permitió.
La luz blanca dio paso al tiempo, y el punto se desesperó.
Al familiarizarse con el tiempo, el punto creó una historia, la imaginó; imaginó un pasado. El pasado se siguió imaginando por los demás seres, sus inconscientes partes de sí, o sus partes de las que no tenía consciencia. Así el punto creó, sin querer, lo que conoce como realidad. El punto se confunde, y piensa que los demás seres son sus pares, sin saber que es él.
El punto notó que al creer que no estaba solo sufría, pero también gozaba. Y por ese goce él se quedó en su realidad.