III. Acción Cotidiana

Me agacho, vistiendo un pijama verde agua y unas pantuflas azul francia; el pijama es holgado, por lo que hace un movimiento de vaivén al moverse, una especie de cámara lenta para el género. Se siente un leve crujir en la suela de las pantuflas, que, desgastadas, se desprenden del resto lentamente, no de forma alarmante, yo sé que volverán a su lugar cuando me enderece. Abro la puerta de la cómoda que hay enfrente de la mesada, una cómoda de madera, con un acabado de pintura que imita las vetas de un pino. Tomo la perilla y tiro hacia mí, notando cómo al principio ofrece resistencia, pero poco a poco cede y logro ver el interior. Proyecto una sombra sobre la heladera, sobre el piso y la misma luz cenital de bajo consumo genera cierta oscuridad dentro del mueble en el que me -inconscientemente- concentro.
Con la mirada busco la jarra verde que necesito, de dos litros, para llevar a la mesa (tomaremos agua, cierta persona insiste en que hay que hacerlo los viernes de cuaresma) y la veo, está enfrente mío; a un palmo de distancia. Extiendo mi mano y la tomo por el cuerpo, la giro lentamente y agárrola de la manija al mismo tiempo en que me elevo sobre un pie y con el talón del otro cierro la puerta. Al girar oigo el raspar de las pequeñas motas de polvo que probablemente haya en la base de mi calzado y veo la azulejada pared de la cocina, la cocina en sí, la mesada, la ventana -que muestra un paisaje agradable, el jardín de mi abuela, con árboles, césped bien cuidado y cortado, flores húmedas por la lluvia que azota silenciosamente la ciudad y el cielo gris que tanto me agrada- y por fin mi objetivo: el dispenser cargado con un tanque de agua purificada. Noto que el espacio que hay debajo de la canilla no alcanza para que quepa la jarra, por lo que decido llenarla con vasos. En realidad sería llenarla con agua, pero trasladarla en pequeñas cantidades con los dos vasos que usaremos luego para beberla. Dejo la jarra sobre la superficie y tomo los dos vasos que habían quedádose secando a un lado de la pileta. Coloco uno bajo la salida de agua, que acciono para que comience a funcionar y llene el primer vaso, que dejé con la mano derecha. Cuando llega hasta la línea que está ubicada a dos centímetros del borde cambio rápidamente uno por otro, ya que tenía preparado el siguiente en mi mano derecha. Mientras se llena el segundo vaso descargo dentro del recipiente mas grande el primero, para luego pasarlo a la mano derecha, mientras con la izquierda tomo el segundo para que pase a tomar el lugar del primero. Las burbujas en el tanque hacen un sonido borboteante, como si estuviese hirviendo. Mientras repito mecánicamente este movimiento presto atención a los sonidos, el agudísimo pitido del televisor cuando se enciende, las gotas de lluvia que caen desde la canaleta que hay en el patio, del otro lado de la ventana, y mi gato maullando por hambre. La jarra se llena; cierro la canilla para vaciar dentro de esa verde jarra el último vaso y le coloco la tapa que le saqué al principio, cuando la dejé en la mesada para buscar los vasos. Al colocarla siento un pellizco, no un pellizco molesto, sino uno pasivo y nada doloroso. La giro hasta que la parte sin plástico coincida con el surco por el que se vierte el agua.