XLI. Sin título

Se acercaba abatido a la tenue luz incandescente de la entrada a su casa. En las afueras de la ciudad cuya noche despejada enceguecida por la luna nueva, exceptuando ese farol, la oscuridad era impenetrable. Así también de oscura estaba su alma.
El pecho cerrado, la respiración corta y los constantes jadeos, suspiros. Era peor que un llanto. Era el miedo al suicidio pero la consciencia de la falta de hagallas. Era el mirar al piso, el cerrar los ojos. Una caminata inexplicablemente larga al picaporte. Su espalda, relajada, se alejaba del pórtico escalón a escalón. Jeans azules. Remera gris. Zapatillas negras. Angustia..
Dos puntos destellaron en la absoluta negrura. El gato dueño de los ojos se escabullía de entre la basura espantado por el tintineo repentino de las llaves.
Una vez más ingresaba sin meta. Sin haber sabido morir en la corta ausencia.

No te querés hacer cargo de esto. Mátenlo. Mátenlo sin preámbulos. Sin mediar palabra. Estén donde estén, disparen. Sean camiones en contramano en una ruta contra él. ¿No ven que maneja a toda velocidad sin cinturón? ¿No ven que llora? Sean buses clavando frenos sin luz en la neblina. Mátenlo. Que para él es mucha responsabilidad y tiempo de decisión. Háganlo por él. Calibre que sea, hoja metálica o martillo percutor. Acaben con él tan rápido como puedan. Que no lo note, que no pueda huir. Estarán haciéndole un favor. No quiere hacerse cargo de eso.