XXXVII. Zumbido y Julio

Pleno Julio, habrán estado haciendo cinco grados afuera pero en el viejo Dodge de Perro entre el humo de la narguila y la calefacción estábamos en camisa o mangas cortas. Me tocaba manejar a mí, con la suma de la costumbre de no frenar en una puta esquina y los dos o tres pases de alita que llevaba puestos.
Ciento treinta en la avenida principal, onda verde. Salíamos de tocar en un bar de mala muerte con un público de mucho power y ahora nos íbamos a gederla a la plaza que estaba convenientemente frente al departamento del yankee. Vine por la merca y me quedé por las putas, decía el yankee. Era un enfermo pero tenía un metrónomo en el bocho. Tampoco era que fuéramos puristas del tempo, pero cuando a Gabi se le despertaba el académico era mejor estar preparados. Hagamos tecno, punk u ópera hay que hacerlo bien, decía Gabi. Yo coincidía pero me centraba en el show. Me daba igual grabar o no, si bien te acepto que me gustaba que nos arrancaran los EPs después de escucharnos por primera vez a cincuenta pesos cada uno.
No tenía idea de quiénes eran las dos minitas que había atrás de mi bajo y la viola de Gabi, pero la que estaba a mi lado creo que se llamaba Guadalupe o Pilar y de vez en cuando se colaba en los ensayos. Guada o Pili me preguntó que qué era el zumbido y yo le dije que el parlante; había un hard rock sonando fuerte en el estéreo que Perro había hecho arreglar, no así como las luces delanteras. No, ese no, hay otro. Los árboles me tapaban los semáforos y si bien yo veía el resplandor rojo sabía que no había un alma a esa hora. ¿El motor? Le pregunté. No, es un zumbido agudo. Plaf, me como un bache por mirarle la boca pinturrajeada de oscuro mucho muy sexy al decir "agudo". Noto que se me desvía el auto y a dos metros del poste naranja ese con leds en la pantalla logro frenar. Un instante de silencio y luego risas. Debe haber sido la rueda, le digo a Guada o Pili. no, lo sigo escuchando. Me bajo a ver cómo venía la mano con la rueda y me acuerdo que sacamos el auxilio del baúl para meter el bombo. 
Cagamos, digo, y empiezo a caminar para quién sabe dónde. La chica del labial violáceo sale por la ventanilla muy ágil y dice mi nombre. Al darme vuelta se ríe y dice el suyo, que si mal no oí resultó ser Luján. Por ahí andaba.¡Luján! repito, imitando el tono con el que dijo el mío. Si me mato en el Dodge entiérrenme con él, decía Perro. 
Ahora Luján decía que Luján no, que Lourdes, sordo. Y que a dónde iba. Respondo que no sé, que en el auto estaban todos ocupados (Gabi se había pasado al asiento delantero ccon una de esas dos pibas mientras Perro y el yankee besuqueaban a la otra) y que quería caminar. Ahí escuché, al callarme, el zumbido del que me hablaba Lourdes. Chicharras en plena madrugada de Julio con cinco grados. Cinco grados, dije en voz alta mientras me desarremangaba la camisa y dejaba que Guada, Pili, Luján o Lola me abrazara.