XXVIII. Terra Amoris

La melodía de la percusión era siempre la misma. Equivalía al silencio una vez que te acostumbrabas. Los pasillos eran eternos y zigzagueantes, ni el más complejo de los laberintos alcanzaba lo irracional pero a la vez regido por ciertos patrones de éste oscuro mundo.
Todas las paredes estaban constituidas por un metal frío y opaco e iluminadas con un tenue resplandor blancuzco. A esa débil luz se le sumaba la que provenía de los tubos violáceos, que prácticamente no hacían más que resplandecer los números impresos en el pecho de nuestros mamelucos blancos. Ellos eran todo lo que éramos. Nadie sabía si correspondían al orden de aparición, eran aleatorios o completamente premeditados por los Seres Mayores; como conocíamos a quienes nos mantenían vivos.
Extraña práctica mantenernos vivos siendo que nuestro objetivo en el mundo era morir. Ahora que estoy muerto lo comprendo, es un simple juego que los Seres practican junto a tantos otros.
Mis primeros recuerdos datan de mi inserción al laberinto, apenas si destellos de la iluminada realidad anterior tengo. Éstos últimos no son más que transparentes superficies duras que tocaba con mis manos en medida que mi desnudo cuerpo crecía desde el tamaño de una legumbre hasta lograr un desarrollo apto para el laberinto. Para entonces no conocía la melodía de la percusión, sólo la repetición incesante de las reglas dentro del “mundo real”, que no era más que el mencionado laberinto.
“Tu número es todo lo que sos”. “Tenés que encontrar al otro número que es idéntico al tuyo”. “Sólo entonces pasarás de nivel”.
Las palabras utilizadas daban la pauta de que la vida iba a dividirse en etapas. Sólo ahora muerto puedo tener una visión relativamente clara de lo que se trataba.
Si hay dos números idénticos allá abajo aún no lo sé. Pero de que el juego de los de arriba es ver cómo pasan todos todo su tiempo buscándolo doy fe. Hablo de arribas y abajos porque desde que morí veo las cosas de este modo. Cuando estás allá jamás pensarías en otra cuestión que no sea relativa a alimentarte, dormir y leer números.
Tras cien encuentros con pares fácilmente uno comenzaba a recordar las primeras cincuenta cifras de su pecho, descartando iguales que no concordaban con esas últimas. El procedimiento que se seguía era metódico, y no se contemplaba la idea de comenzar por otro lado que no sea el derecho inferior.
Las historias que alimentaban nuestras mentes eran de individuos que hallaban sus pares, con todas y cada una de las cifras, en esta abarrotada realidad. La simple idea nos llenaba de una alegría enorme, una dicha incomparable con cualquier otra experimentable.
Cabe aclarar que los contrastes eran escasos en este monótono mundo, y que sinónimos o palabras que equivalgan a la mayoría de los términos existentes en el mundo apagado del laberinto fueron añadidos a mi lengua una vez fuera del mismo; y así enriquecieron la traducción de estas memorias.
Sin caer en relatos de vivencias concretas, paso a describir rituales e ideologías comunes a las almas que habitaban este mundo bajo.
Basándome de todas formas en vivencias personales –y por lo tanto generalizando mi cosmovisión a la de todos los individuos vestidos con mameluco blanco–, puedo decir que al principio se es torpe en la cacería de cifras. Uno se emociona cuando unas cuantas centenas coinciden y pierde tiempo al excitarse al respecto. La excitación por las coincidencias no cesa con el tiempo, pero en medida que se avanza en la cantidad de números procesados ésta se hace esperar cada vez más. La percepción del tiempo es también difusa en el laberinto. El dormir es resultado de un cansancio mental, y mentiría muy probablemente si me atreviera a decir cada cuánto tiempo o cuántas veces en una vida se practica esa actividad. No se habla ni de horas ni de años, dado que la alimentación se ubica fragmentadamente en las vidas de los pálidos seres. Tan solo hay hechos pasados, presentes y potenciales.
Tras ganar experiencia en el conteo, hay de los que se atreven a contar más de un número a la vez. Esto lleva a un mayor rango de error, una imprecisión superior. En mi caso, siempre supe que contar de a uno es más efectivo, pero bajo el frenesí y la desesperación no es raro intentarlo todo.
En ocasiones uno se encuentra contándose con otro alma cuando descubre que hay una tercera contándolo a uno mismo, razón por la que pierde cierto porcentaje de atención y los cálculos se vuelven efímeros.
No sé a ciencia cierta, como ya afirmé, si realmente existían o existen números pareja en el inframundo. Sé que contando números con otro alma morí, pero sería muy arriesgado de mi parte aseverar que todas las cifras coincidían. Los amagues previos en otros luminosos pechos ya habían mecanizado el proceso –empresa nada ardua para el mencionado proceder–.
Sí sé a ciencia cierta que es un juego muy divertido de observar y muy ajetreante de participar, pero los saltos y declives que ofrece a quienes lo juegan lo convierte en algo interesantísimo para las emociones.
Puede que los Seres Mayores no ubiquen números pareja. Puede que sólo quieran divertir (se, nos) con el incesante conteo.