XVI. Guía para enredarse

Cuesta aveces subir a la superficie cuando se está enterrado en el oscuro, sarcofágico y lacrimógeno fondo del océano de la vida, desenterrando verdades o aproximaciones que tan angustiantes resultan perteneciendo a una sociedad que mira al pensador e ignora al simplón. Y con mirar no me refiero a atender sino a presionar para detener. Pesada, la mirada se frunce y doblega la voluntad del pensador... Llamo pensador a uno que la verdad no viene a ser más que un tonto; un pretencioso estándar que anhela bohemio y con esa barata sensación de sobresalto busca escribir en máquina, enviar correos y pasear por las noches en bicicleta. Admira y envidia a esos artistas de un siglo vencido por tener sus guerras, sus revoluciones y ya retrógradas vidas. No entiende, el muy imbécil, que sus sueños anacrónicos no están sino errados y desubicados. Busca emular, claro, los rasgos de personas que no emularon rasgos de añejos predecesores, o si. Y entra en duda, y remonta neuronas a campos ajetreados y ajetreantes.